No es que piense yo que la enfermedad de mi hijo sea un tema de especial interés para los que leéis el blog, pero desde que hablé de lo que tiene Alberto y durante la semana que pasamos en el hospital, recibimos tanto, tanto cariño por parte de los que nos seguís, que siento que tengo que contaros lo que pasó.
Después de unas semanas evolucionando de forma normal, y con un pronóstico bastante positivo, como os contaba aquí, el tumor de Alberto creció bastante inesperadamente, de manera que, de un día para otro (literalmente), nos vimos llevando a nuestro bebé al hospital para que le hicieran una biopsia; el tumor estaba comprometiendo las vías respiratorias y podía ser peligroso.
De repente todas las posibilidades de diagnóstico volvían a estar abiertas. El tumor estaba evolucionando de una forma muy atípica y, aunque el médico no nos quiso alarmar antes de tiempo, todo apuntaba a que podía ser maligno. Fueron unas horas terriblemente angustiosas hasta que se descartó esa hipótesis. Nos confirmaron que el tumor era benigno, pero inoperable por el sitio en el que está y que debía ser tratado de forma inmediata porque seguía creciendo y podía afectar al sistema respiratorio.
En muy pocas horas pasamos de llevar a nuestro hijo al hospital para una prueba ambulatoria a irnos a casa sin él. Decidieron ingresarle en una especie de UCI para tenerlo más controlado por si sufría una crisis respiratoria y porque durante la prueba había perdido bastante sangre y había que hacerle una transfusión. Un panorama que era cualquier cosa menos alentador.
Y de repente… se para el mundo. Esa es exactamente la sensación que tuve, porque de repente todo, absolutamente todo, puede esperar y lo único que importa es una cosa. Pasas de tener un bebé sano, a tener un bebé en el hospital. De ser una familia normal, a ser una familia con un bebé en el hospital. De tener dos hijos e intentar cubrir sus necesidades las 24 horas, a planificar tu vida en función del que está en el hospital y al que solo puedes ver 5 míseras horas al día. Sí, 5 de 24. Pero eso es otro tema…
Y nuestro mundo se paró, pero afortunadamente en el hospital todo pasaba muy deprisa. Empezar el tratamiento era urgente, pero en ningún momento tuvimos certezas a las que agarrarnos y eso era lo que más fuerzas nos quitaba. La medicación por la que apostaron inicialmente era experimental y no sabíamos si iba a responder positivamente. El plan B era quimioterapia. Aterrador, pero llegué a hacerme a la idea de que tendríamos que llegar a eso y hasta lo tenía asumido. Si algo he aprendido con todo esto es que estamos preparados para poder con todo, aunque parezca que no… lo estamos.
Tras dos o tres días de incertidumbre, en los que Alberto lo pasó mal (y nosotros, no diré que peor, pero muy muy mal también) las analíticas empezaron a dar buenas noticias. El tratamiento estaba funcionando y nuestro bebé mejoraba por momentos. En aquellos días todo el mundo intentaba consolarnos diciéndonos lo fuertes que son los bebés, pero no me imaginaba que día tras día mejoraría de esa manera, parecía que cada día nos encontrábamos con un niño diferente.
Por suerte todo pasó bastante rápido: a los cinco días nos bajaron a planta y cuando cumplíamos una semana en el hospital nos dieron el alta.
Al día siguiente de estar en casa, me parecía que todo aquello había sido una pesadilla y que no había sido yo quien había vivido eso. Supongo que mi cuerpo y mi cerebro querían borrarlo todo…
Una semana después volvimos a revisión con el corazón a punto de explotar de los nervios y los resultados volvieron a ser positivos: se confirmó que el tratamiento está siendo eficaz y en principio parece que está “curado”. El tumor seguirá ahí unos años, pero en teoría no crece más y por lo tanto no afectará a su salud.
De momento vamos ganando la batalla.Algo que tenía claro cuando empecé a escribir este post, era que quería terminarlo dando las gracias, porque como os contaba el otro día, me siento afortunada y agradecida… de verdad.
GRACIAS en primer lugar a mi hija Julia. Gracias por haber sido la alegría y el reflejo más intenso de la vida durante unos días en los que todo era tristeza y dolor. Quiero que, si alguna vez lee esto, sepa que gracias a ella fuimos más fuertes. Que llegar a casa después de las horas en el hospital, era la recompensa más grande que podíamos tener y que volver al lado de la camita de Alberto era más fácil gracias a ella. Julia, a su manera, también lo pasó mal aquellos días y eso también dolía… Pero fue fundamental para sacar lo mejor de nosotros. Mi niña preciosa. Lo mejor que tenemos.
GRACIAS a mi madre, por dejarlo todo una vez más y venir a coger el timón de nuestro hogar para que nosotros pudiéramos centrarnos única y exclusivamente en nuestro bebé.
GRACIAS a nuestras familias y amigos por querernos, por preocuparse tanto por nosotros, por ofrecernos tanta ayuda desinteresada. Por todos los abrazos, las lágrimas, las preocupaciones… y sobre todo por la paciencia y el respeto que han tenido hacia nosotros y nuestro sufrimiento.
GRACIAS a nuestros compañeros de la REA del Hospital La Paz: a Gema y Jose por su generosidad, por su alegría, por su calma y sobre todo por ayudarnos en todo lo que pudieron en los nuestros primeros y peores momentos. Y a Sheila por enseñarnos tanto con su actitud, por no perder la sonrisa y por transmitir tanta paz.
GRACIAS a dos de las enfermeras que se ocuparon de Alberto: María y Paula, (y también a Esther, auxiliar), todas ellas de la REA, por cuidarle tan bien, por darnos tanto cariño, por quererle un poquito y hablarle con amor, por permitirnos llorar y no perder la paciencia con nosotros, por ir más allá de la profesionalidad y ejercer su trabajo con devoción y vocación.
Y por supuesto, GRACIAS a todos los que nos leéis, gracias a los que nos dejáis un comentario de cariño, aquí o en las redes sociales (y a los que no también), gracias a los que habéis dedicado tiempo de vuestra vida a pensar en Alberto, a rezar por Alberto, a desear que se pusiera bien… No he sido capaz de contestaros a todos, pero vuestros ánimos y vuestra energía nos han empujado y nos han hecho sonreír en muchos momentos. Gracias de corazón. Esta victoria es un poquito vuestra también.
Y aunque ha sido la experiencia más dura que he vivido, me quedo con lo positivo: lo queridos y arropados que nos hemos sentido, la gente buena que hemos encontrado por el camino, lo mucho que hemos aprendido, y por supuesto, la suerte que estamos teniendo porque todo está saliendo bien y nuestro bebé sonríe de nuevo.